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Mi historia no es la misma sin el Morelia

Columna Invitada

(Por: Homero Lemus).

“Hay quienes dicen que el fútbol no tiene nada que ver con la vida, ignoro cuánto sepan estos de la vida, pero de una cosa sí estoy seguro, de fútbol no saben nada”: Jorge Valdano.

Un domingo 22 de agosto de 1993, es mi primer recuerdo de un partido de fútbol. Mi papá (en paz descanse) junto con mi tío Baldemar Lemus, me llevó al Estadio Morelos. Fue cambiar mi vida: dos goles de Jaime Vera en un triunfo del Morelia sobre Correcaminos me abrieron los ojos a un mundo distinto.

Desde ahí fue domingo tras domingo ese viaje de Zacapu a Morelia, pasar primero al tianguis del Audi tempranito, ir a la casa de mis abuelos, llegar a estar al menos media hora antes de cada juego, como lo quería mi abuelito Alejandro Lemus (en paz descanse). En mi familia el cariño por el Morelia venía desde décadas atrás.

Ver recorrer una bandera gigante cuando el Morelia metía gol. El regreso de
Marco Antonio Figueroa, y cómo olvidar ese último juego de la temporada 1994 – 1995 al final del partido, el propio Fantasma aventó su playera y short a la tribuna, mi papá con un salto, uno que otro codazo y empujón se quedó con él. Hoy lo conservo como un recuerdo invaluable de aquella tarde en la que clandestinamente entramos al Estadio, al cambiar una nota de un bóiler por entradas.

Torneos con jugadores, que te hacían sufrir pero gozar, como Walter Burgues, José Luis Rodríguez, Javier Hernández (papá), Jafet Soto, Emilio Mora, Claudinho, ‘El Mudo’ Juárez, Daniel Deeke, Roberto Hernández, y muchos más forman parte de esos recuerdos.

En ese lugar pude ver las genialidades de Jorge Campos, cambiándose de portero a delantero en Pumas. El estilo de juego incomparable de Hugo Sánchez con Atlante. La magia de Emilio Butragueño con Celaya. La irreverencia de Mohamed con Toros Neza. Y goles desde media cancha como el de Jaime Vera o el Walter Gaytán con los Tigres. La chilena de Luis Gabriel Rey.

Así fue creciendo ese cariño, año tras año, partido tras partido, escuchando el clásico ‘Al empate Morelia’. Con el ‘Juan Colorado’ de fondo, con los disfraces del ‘Semillas’, con los arrebatos de ‘La Tota Carbajal, con la salvación de Enrique Meza.

Temporadas malas y buenas, como aquella donde ‘El Tilón’ Chávez en la semifinal del Verano 97 hizo llorar a más de uno con el gol que hizo avanzar a las Chivas a la final de ese torneo.

El cambio a Monarcas nunca me gustó. Las idas al Estadio se convirtieron de convivencias familiares a un especie de centro comercial, se hizo trivial, un show con personajes de la Academia cantando al medio tiempo y la parafernalia comercial por doquier.

En esos lapsos se dio mi inclusión en una Academia de Fútbol del Atlas en Zacapu, donde conocí también el cariño a los rojinegros, pero jamás comparado con el amor por el equipo que viene del corazón de mi familia.

En el 2000 llegó ese momento de gozar y sufrir desde el repechaje hasta la gloria de los penales que observé hincado en mi cuarto de Zacapu. La pequeña ciudad también fue parte del festejo de miles de michoacanos. Con un buen y viejo amigo de la infancia: Manuel Guzmán, salir a ver el festejo era la emoción.

El 14 de junio del 2003, los boletos para la final de vuelta entre Morelia- Monterrey estaban agotados. Mi papá nos ofreció 100 pesos a mí y a mis hermanos por quedarnos en casa. Él se iría a ver si podía entrar, yo rechacé los 100 pesos y me fui con él a la aventura.

Ya en la puerta del Estadio la aglomeración era impresionante. Entrar era casi imposible y no teníamos los 2 mil pesos para pagar por un boleto en la reventa, pero como son cosas de la vida y del fútbol, un trabajador de una puerta conocía a mi papá, y le dijo “métanse rápido y ahorita me dan para un refresco”, nos sentamos en las escaleras, al final nunca fue por su “refresco” y estuvimos literalmente de a gratis. Monterrey quedó campeón y fue un día muy triste, pero que recuerdo con mucho cariño.

Los años pasaron, y estar ahí cada 15 días se volvió un ritual. Estar en la malla de la puerta 9 gritándole de todo al portero rival, sobretodo a Memo Ochoa, fue la constante junto con uno de mis grandes amigos y hoy compadre Mario González.

En el 2007 la vida me llevó al periodismo, y a la fotografía, gracias al extinto periódico Cambio de Michoacán y al master de la fotografía Armando Lemus, pude estar en la cancha del Morelos, cumplir ese sueño que de una u otra forma tuve desde niño. Ahí pude escuchar y vivir el partido de otra manera.

Ese tiempo pasó y regrese a las gradas a apoyar, a sufrir y gozar como siempre lo hice, como aquella final del 2011 contra Pumas, o como el campeonato de Copa del 2013.

Año tras año, así se vivieron las etapas oscuras y felices. Como la del no descenso. O los últimos años de mi papá yendo a su lugar en el Estadio, hasta que él ya no podía ir y desgraciadamente nos dejó en este plano terrenal.

Mención especial a dos juegos inolvidables: México- Bulgaria en el 2001, y en el 2014, cuando gracias al master Víctor Ramírez, cuando trabajaba en La Voz de Michoacán pude ir a tomar unas graficas y estar en la cancha con el mismísimo Ronaldinho.

Así ha sido parte de mi vida hasta que un día pude llevar a mi hija Isabella y aunque aún no tenga uso de razón, ya estuvo ahí. Sin pensarlo la vida me llevó a ese último Morelia-Querétaro, sin saber que sería el punto suspensivo a esta historia.

Estoy seguro que volveremos a encontrarnos, que hay mucha gente que sí le va a apostar a Morelia y a Michoacán. Con el corazón y la confianza de que ahí volveremos a encontrarnos.

Pd. Hay muchísimas anécdotas que algún día escribiré o ampliaré. Estas líneas son dedicadas a todos los que como yo, le damos las gracias al Morelia y al fútbol por ser parte de la formación de nuestra historia , de darnos esa pizca de pasión e ilusión que le dan sabor a esta aventura llamada vida.

Twitter: homerolemus10

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