El equipo era nuestro. Una herencia que desde que nacías tenías asegurada. Al ir creciendo, ibas aprendiendo las grandes hazañas y también las derrotas, las historias que parecían cuentos fantásticos pero que eran reales, eran futbol.
Morelia era eso: lo que se te encarna en la piel y no sabes ni cuándo ni por qué. Al que nacía en la ciudad, lo tenía como destino. Como si fuera lo primero que te registran antes de abandonar el hospital.
Las actas de nacimiento tendrían que decir: ‘Victor Ruiz… hincha del Morelia’. El equipo era presente y futuro. Imaginarte lo que pasaría en 20 años, “cómo será el equipo para ese momento, ¿ya tendremos otro título por fin?”.
Morelia no era un espectáculo ni un momento de recreación, era lo más serio que podíamos tener en nuestras vidas. Uno se ponía a pensar en el matrimonio, en los estudios fallidos y en el empleo que perdías, pero siempre se dedicaban unos minutos al día para el club. Es lo único seguro que tenemos, pensabas.
Era el Fantasma Figueroa, era Claudinho bailando con su hijo, era el gruñón de Alex Fernandes, eran los pollos del Mochito Villalón, era Comizzo bailándole en la cara a Cardozo, era al ‘Pastor’ Lozano filtrando balones como Riquelme, era el ‘Mago’ improsivando sombreros y tortas, era el ‘Semillas’ disfrazado de ya no sé qué, era Doña ‘Cholita’ con los dulces más placenteros del futbol mexicano, era el ‘Aztecazo’ del 97 y era el ‘Campeón sin corona’ del 88″.
Era… y también eran las finales perdidas, las goleadas, las peleas por el no descenso, los torneos en el fondo de la tabla, la venta de jugadores al mejor postor, el cambio de escudo y de nombre, la sustitución de un himno y un montón de cosas más.
Sí, éramos un equipo chico… pero sépanlo, ninguna de las derrotas las cambiaríamos por un cheque. El balón no tiene forma de moneda.
(Por: Víctor Ruíz) / Periodista