Aquí se quedan los reales.
Los que entienden que Morelia es más que un equipo de fútbol, un estadio al cual asistir y una playera que portar, los que saben de antemano que no existe ascenso deportivo a corto plazo para regresar al lugar que nos arrebataron, al menos no por ahora, y que aún teniendo la oportunidad no hay garantía de que eso suceda en la inmediatez.
Por momentos el fútbol que ahora presenciamos nos sabe insípido y ajeno, es de esperar que al permanecer 39 años en Primera División la resistencia a una nueva realidad exista, ante esta ola de adversidad e infortunio se unió la contingencia mundial de un virus que ni siquiera nos había permitido reunirnos y recuperar un poco de esa alegría que abrazábamos cada 15 días por ver a nuestros “Canarios”.
Es difícil que la permanencia y la confianza se renueven ante la traición, principalmente cuando la incertidumbre de un pasado sigue habitándonos y los fantasmas de un pasado hacen eco de algo que no queremos que se repita, sabemos que quienes tienen el poder financiero del club ahora, pueden hacer lo mismo que los dueños anteriores, no deja de ser una posibilidad y parte de una realidad, identificamos que el sentimiento no tiene cabida cuando el dinero es el gran pez que todos pretenden agarrar.
Nuestro reencuentro con la cancha llegó después de un año y todo aquello que no pudimos hacer en ese letargo lo hicimos ese día, festejar, gritar, saltar, manotear, ovacionar… vivir porque Morelia aún vive. Por lo pronto para quienes decidimos aceptar esta realidad que hoy vivimos, reafirmamos que este amor es para los más tenaces, para los que le hacen frente a la adversidad y quienes sostenemos que Morelia es más grande que una división y un puñado de magnates asquerosos sin honor.
Hay cosas que el dinero no puede comprar, probablemente nunca lo entiendan los empresarios, sin embargo, hay costos más caros que se pagan con sudor, esfuerzo, rebeldía, honor, lágrimas y pasión, de eso está labrada nuestra historia y es invaluable.
Lo vivimos quienes estamos enraizados con una identidad teñida de rojo y amarillo. Es difícil que lo entiendan quienes no lo viven y que no es la pérdida de un equipo de fútbol lo que generó dolor, fue lo que conllevó esa falta, socialización, identidad colectiva, congregación, oportunidad de convite, tradición, ritual compartido, incluso la no existencia de un espacio físico que hicieron propio como el estadio, su casa.
Hay un sentido de pertenencia con todas las historias de este Morelia desde su fundación hasta su actualidad, porque aunque no se hayan vivido muchas de ellas, hemos decidido habitarlas por los signos que han construido a este club a lo largo de su historia, sea en el ayer o en el hoy somos parte de esa línea de tiempo.
El fútbol nunca será la cosa más importante en la vida y nadie va a morir por un equipo de fútbol, pero es inevitable que duela para quienes han creado un vínculo afectivo con él, porque depositan lo más valioso de su existencia, su vida.
Ellos, los que se largaron sin dar explicaciones, se llevaron un equipo, no nuestra pasión. Se llevaron un nombre, no nuestros colores. Se llevaron jugadores, jamás la memoria de quienes hicieron historia. Se llevaron una Primera División pero nunca el amor por el fútbol.
Esto somos nosotros. valientes, combativos, leales y apasionados, verdaderos aficionados, extensiones del pueblo, la popular, los del eterno aguante que resisten en cualquier cancha y en cualquier división, esto somos y seremos siempre, porque aquí se quedan los reales, los que saben que este amor no es para cobardes.
Siempre amigos del ate, siempre fieles al canario.
Atlético Morelia toda la vida.
COLUMNA INVITADA
Por: Gandhi Hernández / @GandhiHdez